Su odio llegó a tal extremo que idearon un plan diabólico: untar con
un potentísimo veneno los pies del Cristo, y como era costumbre de los
cristianos rezarle, pedirle un favor y después besarle los pies para
alcanzar la concesión de la súplica, creyeron que con su acción
lograrían un doble propósito: matar a un número indeterminado de
cristianos y que estos llegasen a aborrecer a la hasta el momento
venerada imagen, tambaleándose su fe. Así que pusieron en ejecución su
malvado designio aprovechando la soledad de la iglesia y la oscuridad
de una noche de luna nueva. Sin embargo obtuvieron como resultado todo
lo contrario del plan ideado, porque ocurrió que, a la mañana
siguiente, cuando la primera devota llegó a rezar ante el Cristo y
después intentó besar, como de costumbre, sus pies, se produjo el
milagro: el Cristo retiró el pie, desclavándolo de la cruz, permitiendo
que los labios de la mujer llegasen a rozarle. El estupor aumentó
cuando el mismo hecho se repitió una serie de veces y con distintas
personas.
Se conocía el milagro, pero no se sabía el motivo. Por fin el
sacerdote, advertido del suceso, fue hacia el crucifijo y observó una
mancha amarillento-verdosa sobre el pie desclavado, delatando el veneno.
Foto del interior de la Mezquita: Pedronchi, en Flickr.com
En contra de la intención de los judíos no murió ningún cristiano y la fama y popularidad del Cristo aumentó en toda la ciudad, reafirmándose la fe de muchos incrédulos o tibios creyentes.Una tormenta se avecinaba. El cielo se oscurecía, los relámpagos
iluminaban la atmósfera y los truenos retumbaban cada vez más cercanos.
Volvió apresuradamente Abisaín de su paseo con mayor malestar interior
que el que le invadía al iniciarle y sin darse cuenta entró en la
ciudad por la puerta Agilana. La pequeña iglesia se hallaba solitaria y
oscura; sólo una débil lamparilla lucía ante la imagen del Crucificado.
Abisaín penetró en el recinto sagrado a pesar del temor que sentía y.
se aproximó al Cristo. Observó con estupor y rabia cómo el Crucificado
tenía un pie desclavado y separado del madero, tal y como le había
contado su amigo Sacao. A tal grado llegó su cólera que, tomando en su
mano un puñalillo que llevaba al cinto, se lo clavó en el pecho al
Crucificado. Por efecto del fuerte impacto, la imagen cayó al suelo al
tiempo que un grito de dolor rasgó el aire y la lamparilla se apagaba.
Muerto de miedo, pensó en huir, pero su odio pudo más y recogió el
Cristo pensando en destruirlo. Lo escondió entre sus ropas y, tras
comprobar que no había nadie por los alrededores, salió corriendo con
la imagen al tiempo que caía un fuerte aguacero.
Llegó a su casa de Valdecaleros, después de subir la cuesta y atravesar las desiertas callejas de las Tendillas y San Román.
Empezaba a amanecer y él seguía durmiendo, descansando de las pasadas
emociones, cuando un fuerte rumor de voces airadas se comenzó a
escuchar. Una turba de gentes furiosas y amenazadoras se situó ante su
vivienda. Entre las voces, se escuchaba nítidamente su nombre. Lo
acusaban de herir al Cristo y robarle. ¿Cómo podía ser? Nadie le había
visto. Pronto comprobó lo que le había delatado. Las ropas en donde
había traído escondida la imagen se hallaban chorreando sangre y ésta
había dejado un reguero por todo el camino, a pesar de la lluvia
torrencial que había barrido la ciudad, hasta llegar a la puerta de su
casa.
El Cristo fue rescatado y repuesto en el altar de su pequena ermita y
el judío Abisaín apresado. Tras un breve juicio fue condenado como
autor del sacrílego crimen y apedreado públicamente.
SEGUNDA LEYENDA SOBRE EL CRISTO DE LA LUZ:
La tradición nos cuenta que el rey Alfonso VI entró en la ciudad en 1085 por la puerta antigua de Bisagra, que en la actualidad lleva su nombre, acompañado de un gran séquito de importantes personajes. Cogió el camino natural y más directo, aunque más difícil: la cuesta del Cristo de la Luz. Atravesó la puerta de Valmardón y cuando su caballo pasaba frente a la mezquita, se arrodilló negándose a avanzar. El caso se tuvo por muy insólito y ante la persistencia del animal en su actitud se pensó que era un aviso del cielo.
Buscando la explicación de este sorprendente hecho, se penetra en el templo y se observa que de uno de los muros sale un potente resplandor que ilumina el recinto. Se ordenó excavar en el lugar y se encontró oculto tras el muro el crucifijo que, a pesar de los casi cuatro siglos transcurridos en su encierro, mantenía viva la llama de una lamparilla. Gran contento y alborozo produjo en los conquistadores este milagroso hallazgo, quienes tomaron al Cristo, y encabezados por él, llegaron a Zocodover.